En la mayor conferencia sobre hábitat del mundo —y durante el proceso para llegar a ella—, en esa donde los gobiernos realizan acuerdos conjuntos y globales de políticas y acciones para los próximas dos décadas,la cual es acompañada por espacios alternativos y de resistencia donde se plantean nuevas ideas y potentes reclamos, los grupos de mujeres y las feministas organizadas desde hace décadas estuvimos más presentes que nunca para interpelar y plantear en cada espacio la absoluta necesidad de incluir a las mujeres en el planeamiento de las ciudades —y su correlativo acceso a los bienes urbanos— si de verdad se busca la equidad y el respeto de los derechos humanos.
Fue el 20 de octubre de 2016 en la ciudad de Quito, Ecuador. Allí, los Estados del mundo acordaron la Nueva Agenda Urbana (NUA, por sus siglas en inglés) en el marco de la III Conferencia de Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible —conocida como Hábitat III—. Con una concurrencia de aproximadamente 30.000 personas de unos 167 países reunidas en la Casa de la Cultura de Quito, se desarrollaron miles de eventos, diálogos, presentaciones de expertos/as, agentes gubernamentales, organizaciones sociales, de mujeres, entre otros, en una diversidad de participantes
En simultáneo a la Conferencia Oficial, hubo dos espacios significativos que congregaron voces decisivas del activismo y la academia, de indígenas y mujeres, de estudiantes y comunidad organizada. Uno fue el Hábitat III Alternativo, que tuvo lugar en FLACSO Ecuador, el que congregó a grupos significativos del activismo y de la academia, con un público permanente y masivo. El segundo, Hábitat de la Resistencia, que tuvo su sede en la Universidad Central del Ecuador, espacio convocante como contra-evento que alojó a grupos de larga trayectoria en la organización y construcción de la agenda social del hábitat, con propuestas desde los territorios y la perspectiva de las necesidades de la más amplia diversidad de las expresiones sociales, de movimientos urbanos y políticas. Este Foro de la Resistencia interpeló también a la agenda oficial, se demandó el derecho a tener ciudad, entre sus participantes, estuvo la Coalición Internacional del Hábitat (HIC por sus siglas en inglés) a través de los fuertes movimientos urbanos de América Latina.
En los tres espacios, las feministas y los grupos de las mujeres tuvimos una fuerte presencia. Las redes internacionales como la denominada Comisión Huairou, que nuclea a redes internacionales y regionales con cientos de participantes; la Red Mujer y Hábitat, WICI —Mujeres en la Ciudad por sus siglas en inglés— , la Articulación Feministas Marcosur (AFM), el Movimiento Moradia de Brasil, entre tantos, promovieron eventos y acciones, momentos diversos para que la agenda feminista y los derechos de las mujeres a la tierra, el agua, la vivienda, la ciudad, los servicios, la no violencia en los espacios públicos, el transporte seguro y accesible, entre otros, fueran incluidos.
Entre los eventos que se desarrollaron quiero resaltar el FEMCity,2 Foro que organizamos junto a Fernando Carrión en FLACSO Ecuador, donde compartí los diálogos de apertura con Alfredo Rodríguez (Chile), como preámbulo de paneles organizados en el curso de tres días con 34 ponentes, del lanzamiento del libro producido por Redhe Brasil y CISCSA Argentina, y de una conferencia magistral con la más alta concurrencia presidida por SaskiaSassen, la autora de la Ciudad Global y Expulsiones, entre otros libros centrales al debate de las ciudades en el mundo global y actual. La inclusión social, de género y diversidad; la planificación urbana con perspectiva de género y derechos de las mujeres; la necesidad de que las políticas urbanas den respuesta a quienes cuidan en las ciudades (trabajo no remunerado que recae principalmente en las mujeres); las violencias que sufren las mujeres en los espacios públicos, el género en la agenda académica, y los derechos de las mujeres en la agenda social fueron algunos de los temas desarrollados por referentes locales e internacionales y escuchados por más de mil referentes durante los tres días que duró el Foro de FEMCity: Mujeres en la Ciudad.
En este marco, además, acompañamos el llamado de NI Una Menos, en una marcha pública en la cual vestimos de negro contra la violencia hacia las mujeres y también nos permitimos la celebración de la alegría por nuestros esfuerzos acumulado, por estar juntas, generando espacios y momentos lúdicos.
Visibilizar las (in) justicias territoriales de género
Este encuentro mundial de Hábitat III significó un proceso orgánico de dos años de producción de propuestas para buscar incidir en los contenidos primero y en las decisiones de los Estados después para la aprobación de la NUA. Esto supuso un esfuerzo continuo para asegurar la inclusión de los derechos de las mujeres en la NUA ya que esta es la que fija la agenda internacional de hábitat para los siguientes 20 años. Las organizaciones y grupos de mujeres y feministas llegamos a este evento con el bagaje de más de 30 años de construcción de la agenda política feminista latinoamericana, y mundial, la que también en este campo temático viene bregando en propuestas y acciones de incidencia ya desde Hábitat I (Vancouver, 1976) y en particular desde Hábitat II (Estambul, 1996). Se trata de un largo proceso de construcción de argumentaciones y de conformación de redes, como la Red Mujer y Hábitat de América Latina desde 1987. Es en estos espacios donde no sin dificultades se desarrolla un potente activismo feminista buscando incidir en las políticas del campo del hábitat, la vivienda, los servicios urbanos; redes y articulaciones que producen conocimiento, herramientas especializadas, sumando las experiencias territoriales y comunitarias, las voces de las mujeres de los barrios y las comunidades de nuestra región.
Y es en el marco de este recorrido y conocimientos acumulados que en Hábitat III las feministas impulsamos la instalación del derecho de las mujeres a sus ciudades,3 entendido este en término de categoría teórica y política, el cual alberga un conjunto amplio de derechos que refieren al uso y disfrute de la ciudad, sus espacios y el conjunto de bienes públicos. Derecho a transitarla, y derecho a una vida urbana sin violencias, a la demanda de seguridad en particular dadas las crecientes y complejas violencias, y de violencias que sufren las mujeres por el solo hecho de serlo, violencias en las calles, en las plazas, en el transporte público, no siempre reconocidas. Las ciudades no son iguales para las mujeres y los hombres, ni para la diversidad de identidades, y pareciera que menos aún en éstas ciudades cada vez más complejas e inasibles, fuente de temores y diferencias que parecen difíciles de reducir.
Es a partir de nuestras voces de mujeres y feministas que en los espacios formales y alternativos de Hábitat III se pudo visibilizar el conjunto de injusticias que atraviesan a las mujeres en los territorios urbanos que en la actualidad se configuran segmentados, en fragmentos homogéneos y distintos, que evidencian obscenas desigualdades, de distancias y diferencias entre ricos y pobres, y entre estos pobres, las más pobres (según CEPAL 2014) son las mujeres en particular aquellas únicas responsables de sus hogares.
Bajo este contexto de desigualdades, fragmentación de nuestras ciudades, las que resultan en una nueva geografía urbana, en crecientes violencias y temores y en consecuentes topografías del miedo, lo que afecta de manera diferencial a hombres y mujeres, jóvenes y adultos mayores, ricos y pobres, negras o blancas, es que en el proceso de configuración de la NUA hemos defendido en cada reunión, en cada momento la inclusión de las mujeres en el derecho a la ciudad y los bienes urbanos. Asumimos, así, que esta NUA debería ser un instrumento para nuestras ciudades que si bien son motores del desarrollo, al mismo tiempo y lo sabemos muy bien, son expresión territorial de desigualdades, entre ellas y en particular, las de género, todas las cuales son un límite al ejercicio pleno del derecho ciudadano y en particular del de las mujeres, quienes a la vez son mayoría de quienes las habitan.
Pensar en territorios urbanos igualitarios, pensar en clave de género
De esta manera, lo que nos propusimos cuestionar y denunciar en el transcurso del proceso y en la definición de la NUA es la omisión de las mujeres en la planificación urbana y en la concepción de la ciudad. Para ello, las feministas urbanistas hemos resignificado los aportes de Jane Jacobs (1968) y de DoreenMassey (2001); la primera por su contribución sobre el sentido de la proximidad y la localización para la vida de las mujeres en particular y la segunda por acercarnos a los significados simbólicos de lugar y espacio, relacionándolos a la diferencia de géneros y al modo de construcción de estos espacios y territorios; y las consecuencia de estas dimensiones en la vida cotidiana de las mujeres.
Desde el esfuerzo conjunto de arquitectas, geógrafas, antropólogas, sociólogas urbanas, planificadoras feministas, y representantes de distintas disciplinas, desde un enfoque de género se vienen efectuando desarrollos teóricos e instalando un conjunto de interrogantes centrales, así como desde la contribución de las mujeres organizadas de las comunidades conocedoras de las dificultades y necesidades.
Es desde ese bagaje que he colocado como interrogantes quiénes son los sujetos del derecho a la ciudad y de sus políticas. ¿Quiénes y para quiénes son planificadas?; ¿cómo son construidas material y simbólicamente?; ¿de qué manera incide la división sexual del trabajo en la planificación y el uso de las ciudades?
Y es bajo este conjunto de interrogantes que en el proceso de la NUA y en cada espacio de incidencia así como en la propia Conferencia de Hábitat III —en la oficial, en el Alternativo o el Rebelde— interpelamos las formas de pensar las ciudades, la omisión de las mujeres en ese proceso reflexivo y planteamos la necesidad de pensar en territorios que cuenten con una planificación urbana inclusiva que reconozca a las mujeres y las reconozca en sus diversidades, mujeres transversalizadas por diferencias, mujeres negras, indígenas, lesbianas, trans, mayores, discapacitadas, niñas, y tantas otras categorías que hacen a la diversidad de sujetos de discriminación. Planteamos la afirmación de la convivencia como el punto de partida, el pivot para pensar y construir colectivamente ciudades democráticas, inclusivas de hombres y mujeres, de opciones sexuales, etnias y capacidades distintas; entendiendo que las vivencias en el espacio para las mujeres se relacionan con sus experiencias en los espacios que les toca vivir y actuar. Las relaciones sociales de género son constitutivas de las que se expresan en la conformación del espacio urbano y este, a su vez, en la reproducción de dichas relaciones (Falú, 2003).
La omisión de las mujeres en la planificación urbana es una reafirmación más del posicionamiento de una sociedad patriarcal y androcéntrica que subordina a las mujeres y las invisibiliza en sus diferencias y demandas específicas, sub-valorizándolas. Este sesgo se expresa también en lo disciplinar —en la arquitectura y el urbanismo—, y en las políticas definidas por los gobiernos y decisores técnicos, e incluso al interior de los propios movimientos sociales.
La planificación de las ciudades y su correlativo acceso a los bienes urbanos y distribución en el territorio evidencian problemas de orden ontológico y epistemológico al reproducir desigualdades y propiciar subordinación de algunos sujetos sociales en sus políticas.
¿Qué avances y nuevos desafíos?
El interrogante que planteamos y a partir del cual interpelamos a la Nueva Agenda Urbana emergente de Hábitat III es cómo y cuánto afecta, y de qué maneras inciden en la planificación de las ciudades y los barrios, la desigualdad y subordinación de género y la persistente división sexual del trabajo.
La NUA avanzó en colocar temas. Recuperamos el análisis de Lorena Zárate, Secretaria General de la Coalición Internacional del Hábitat (HIC, por sus siglas en inglés), quien señala que se ganó en: el respeto y garantía de todos los derechos humanos e igualdad de género para todas-os, la función social de la tierra y el control público de los procesos de especulación, la prevención de los desalojos y desplazamientos forzosos, las contribuciones de los sectores informales y de la economía social y solidaria a la economía urbana en su conjunto, la gestión responsable y sostenible de los recursos naturales y bienes culturales, y la visión integrada del territorio más allá de la división urbano-rural y de las fronteras administrativas, entre otros.
Para el conjunto de la diversidad de la sociedad civil participando en este gran evento, entre ellas las organizaciones y redes de mujeres y feministas, la NUA se define como un punto de partida para monitorear los compromisos consensuados por los representantes de sus países. Se transforma así en un instrumento de exigencia para incidir en el cumplimiento de la palabra comprometida, que no es otra que la implementación de políticas y estrategias para el desarrollo democrático y el respeto de los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, la equidad y la seguridad para todos los sexos y las edades en las ciudades, entre otros temas prioritarios para el ejercicio ciudadano.
Sabemos que hemos recorrido mucho en el proceso de los consensos que derivaron en el documento final, pero también somos conscientes de que gran parte de lo declarado en la NUA tal vez nunca llegue a encontrar los suficientes recursos, la suficiente voluntad política y predisposición de las autoridades regionales y locales en beneficio de millones de personas atravesadas por múltiples incertezas en el mundo actual, y vulnerabilidades sociales tanto en el mundo urbano como rural. La NUA es, así, un nuevo punto de partida para la incidencia política feminista en torno a la divulgación de su contenido, el monitoreo de las políticas públicas para que sean pensadas en clave de género y en la exigencia de su cumplimiento.
Los desafíos centrales siguen siendo los mismos: para nosotras las feministas, como lo venimos sosteniendo en diversos espacios, conocemos que es decisivo frente al avance conservador en el mundo y en la región defender lo ganado y evitar retrocesos. Las mujeres atravesamos más desigualdades que los hombres, somos más en la pobreza y en la indigencia. Es así que las interpelamos el modelo neoliberal y bregamos por una mayor y mejor redistribución de las riquezas. Es indispensable fortalecer las voces de las mujeres para lo cual, a la vez, es esencial avanzar en las autonomías económicas, políticas, físicas. Estas autonomías necesitan de la voluntad política, la aplicación de recursos sostenidos para contar con políticas públicas en relación con las violencias públicas, a las limitaciones que persisten para decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos —derechos sexuales y derechos reproductivos—; políticas que reconozcan la contribución de las mujeres a través del cuidado al desarrollo, y la persistencia de la división sexual del trabajo; políticas que contengan una férrea y sostenida lucha contra el racismo, la xenofobia, la homofobia, entre otros. Es decir, temas centrales a la democracia. El transporte seguro, los servicios de proximidad, todo aquello que hace en particular a la calidad de vida de las mujeres.
Estos avances se dan en un contexto que no parece ser favorable para el reconocimiento y la redistribución que los derechos de las mujeres suponen. Asistimos a un mundo de crisis económica, ambiental y de condiciones de habitabilidad: falta de trabajo decente; brechas de pobrezas que se amplían; violencias que se multiplican y complejizan; mujeres asesinadas; migrantes que no encuentran seguridad legal, excluidos, expulsados, sin retorno, sin lugares; territorios en los que se multiplican las modalidades de explotación humana.
Son territorios injustos, donde al tiempo que las riquezas se concentran, se produce un viraje conservador que amenaza las conquistas en derechos alcanzados y el avance de los que faltan, con el resurgimiento de fuerzas fundamentalistas religiosas y anti-derechos, muy activas en cuanto a interp4ar y descalificar la aplicación del concepto de género como vía para una mayor convivencia y justicia social. Tal es el caso del término acuñado para deslegitimar las reivindicaciones feministas, el de «ideología de género» el cual, según Clyde Soto4 (2016), es «un poderoso y bien financiado escudo conceptual esgrimido por los sectores anti-derechos para oponerse a la transformación y erradicación de las discriminaciones basadas en el género».
Las mujeres hemos sido implacables en defender los derechos humanos, en avanzar y conseguir lo logrado. En estos nuevos contextos urbanos, pareciera que lo decisivo será dar continuidad y profundizar en las articulaciones ya logradas y poder así contribuir y a la vez monitorear en cada lugar el proceso de aplicación de estos consensos, como los NUA en el caso de Hábitat III, para que no suceda que llegamos a ellos para que nada cambie.